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- Macarena Chavez
- Nov 28, 2017
- 3 min read

Me despierto, es temprano y decido que estoy a buen tiempo para ir al gimnasio, sin embargo estos no han sido mis mejores días; así que en lugar de levantarme tomo mi teléfono, me doy la vuelta en la cama y empiezo a ver publicaciones. Nunca he creído en coincidencias, no fue coincidencia ir a dar con la publicación de una buena amiga "Empezando a organizar con el método Konmari, aplicada con un café, musiquita y mi difusor con limoncillo y naranja, que facilitan el proceso de depuración del closet." Como no tenía ganas de salir de la cama, empiezo a investigar a qué se refería, después de un rato me levanto, me baño, me visto y salgo decidida a comprar el libro "La Magia del Orden", puedo decir sin duda que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Una vez que lo tengo en mis manos regreso a casa, inicio su lectura. Bajo la promesa en sus primeras páginas que será la última vez que organice y que esta ocasión será para siempre, no había leído diez páginas y fue tanta mi inspiración que me levanto saco toda la ropa de mi closet (si toda) e inicio el proceso de depuración.
Nunca me he considerado una persona acumuladora, sin embargo al empezar a desechar todo de una vez, me doy cuenta del mundo de objetos sin oficio ni beneficio y siguiendo la premisa de Marie Kondo de no sacar del closet lo que se quiera desechar, sino sacar absolutamente todo para luego regresar "solamente" lo que se vaya a quedar, tomo las prendas una por una y pienso si realmente me da felicidad tenerla en mis manos, (algo que cuando leí en el libro me parecía imposible). Una vez terminado mi closet (solamente el closet) sentí un mundo de felicidad, una paz y una tranquilidad inexplicable.
Cabe aclarar que aunque la ropa me fue relativamente fácil desechar, cuando pasé a la categoria de libros y recuerdos si fue sumamente difícil su depuración, sin embargo aplicando la misma regla de dejar solamente los libros que me hicieran feliz, fue posible donar los que se que nunca volveré a leer, finalmente como dice Marie Kondo, ya cumplieron su proposito en su momento. Hubo algunos libros de mi niñez que decidí conservar, recuerdos de los que no me pude deshacer, pero ahora conservados en cajas hermosas que planeo abrir nuevamente y quizá más adelante me decida a desechar algunos otros.
Cuando tocó el turno a las habitaciones de los niños, quería desfallecer, creo que nunca había urgado entre sus closets, infinidad de ropa, papeles, sin embargo ya para cuando llegué a este punto y habiendo disfrutado ya de los placeres de una habitación minimalista, rodeada solamente de objetos que me causan felicidad, fue más sencilla mi tarea, decidí que así debiera sentir en cada uno de los rincones de ella. De esta manera, no solamente deseché y organicé sus habitaciones, sino que vendí camas, para comprar nuevas y más sencillas, creándoles un ambiente minimalista y acogedor. Con grande orgullo puedo decir que mi niño mayor de 13 años (que a su corta edad y no con orgullo digo que es acumulador) aprendió a tomar decisiones de cuáles objetos le causaban felicidad.
Una vez acabada la obra y habiendo asignado un lugar específico para cada objeto de la casa, ha sido increíblemente sencillo conservar el orden. Tengo que decir que me ha sorprendido como ha sido un cambio de cultura también para mis niños, una enseñanza de vida, aunque al principio ha sido un poco molesto darles seguimiento para que sus recámaras estén impecables, poco a poco lo hemos ido logrando y cabalmente puedo decir que ha sido una maravillosa experiencia. Incluso cabe aclarar que hasta un poco de efectivo ha salido de la venta de objetos.
Bendita sea la hora que leí la publicación de mi amiga. Llego a mi casa agotada de la rutina diaria, sin embargo apenas abro la puerta y cada objeto de la casa me da felicidad, una recámara impecable con olor a incienso, con difusores de aromas por toda ella hacen de cada momento un momento relajante, un momento de tranquilidad, un momento de inspiración, un momento de introspección, un momento de felicidad constante.



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